El artista reprimido que llegó a canciller
Aunque parezca un chiste, el arte era una preocupación seria de Adolf Hitler, pintor de acuarelas fracasado (dos veces rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena) y Fürher und Reichskanzleralemán entre 1933 y 1945. Pero hay que señalar que sus pinturas no eran tan ridículas ni torpes como las de George W. Bush, otro genocida recientemente convertido al arte. Muchas veces se ha especulado sobre la forma en que la frustración artística de Hitler se relacionó con su antisemitismo rabioso, con su desprecio de la élite cultural, con su peligroso populismo conservador y con su obsesión por el diseño de la imagen nazi (desde la esvástica hasta la arquitectura, pasando por toda la parafernalia) y su clara visión de vincular un discurso estético con uno político. Hitler reivindicaba el culto a un neoclasicismo germánico y despreciaba el arte moderno por sus tendencias “extranjerizantes”, su estética decadente pequeño burguesa y paradójicamente su bolchevismo, comunista y cosmopolita (los bolcheviques a su vez censuraban a otros artistas por ser pequeños burgueses y cosmopolitas). Para Hitler, el modernismo era contrario a los valores nazis, por esta razón ordenó purgar el arte degenerado de las principales colecciones alemanas. Al final del proceso fueron confiscadas alrededor de 20 mil obras, entre las que se contaban pinturas de Paul Klee, Max Beckmann, Otto Dix y Oskar Kokoschka; algunas fueron almacenadas, otras destruidas y unas más vendidas (algunas de ellas a precios de risa debido a que inundaron el mercado del arte moderno, oportunidad que aprovecharon instituciones como el Museo de Arte Moderno de Nueva York para enriquecer sus ahora prodigiosas colecciones). La purificación artística anticipó la persecución, expulsión y eventualmente encarcelamiento y asesinato de numerosos artistas e intelectuales.
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El gran show
Joseph Goebbels, el ministro del Reich para la iluminación del pueblo y la propaganda, creía en un expresionismo “nórdico”, como el que veía en Emil Nolde, un artista que siempre trataba de complacer al régimen. Goebbels quería que este estilo se volviera el arte oficial del Reich; sin embargo, en una visita a su casa, Hitler vio cuadros de Nolde y lo regañó por tener el gusto desviado. Inmediatamente Goebbels renegó de su modernismo, se deshizo de esas obras y destruyó la carrera de Nolde. Goebbels quiso demostrar que era el peor enemigo del arte moderno, por lo cual inauguró, el 19 de julio de 1937, una gran exposición en Munich llamada Entartete Kunst o Arte degenerado, que consistía de 650 cuadros y esculturas, algunas obras maestras y otras piezas menores de las corrientes dadaísta, expresionista, cubista, surrealista y abstraccionista. La idea venía de una exposición organizada para denunciar, ridiculizar y humillar al arte moderno que tuvo lugar en Dresde en 1933. Entartete Kunst era deliberadamente caótica, las obras se mostraban amontonadas en los muros de un museo de arqueología, acompañadas de textos irónicos y los supuestos precios pagados por ellas (“con los impuestos del pueblo alemán”). Este ataque recuerda a cierta crítica mexicana de arte contemporáneo que se dedica a lanzar ataques ad hominen, llamar al linchamiento literal de artistas e imaginar descabelladas teorías conspiratorias del poder gubernamental detrás del éxito o el fracaso de ciertos artistas.
Censura y genocidio
La Neue Gallery de Nueva York ha organizado una pequeña pero poderosa muestra de la esquizofrenia y confusión cultural nazi: Arte degenerado: el ataque al arte moderno en Alemania en 1937, en la cual se hace un recuento de las estrategias represoras seguidas por el Reich en contra del Bauhaus (la escuela de arte que creía en un arte total, y que dirigió Mies van der Rohe desde 1930 hasta su desaparición), del grupo Die Brücke (considerados como los padres del expresionismo) y más tarde contra todos los artistas considerados degenerados. Sin sutilezas, el curador Olaf Peters establece el vínculo entre la censura y el genocidio. En una pared se muestran las largas colas de asistentes al show y en otra las masas que son llevadas a Auschwitz. Entre todas las atrocidades cometidas por los nazis, podríamos decir que su ofensiva contra el arte moderno es un asunto menor; sin embargo, las obsesiones estéticas del nazismo jugaron un papel central en la seducción popular y prepararon el camino para la estetización del genocidio.
El arte oficial del olvido
Sólo un día antes de la inauguración de la exposición Entartete Kunst, Arte degenerado, en Munich en 1937 y a unos quinientos metros de distancia, Hitler mismo inauguró el nuevo edificio de La Casa del Arte Alemán, con la exposición Grosse Deutsche Kunstausstellung, una muestra del nuevo arte oficial del Reich: pinturas neoclásicas, académicas y solemnes que exaltaban el carácter germano. Mientras había enormes colas para ver arte degenerado (según cifras oficiales: dos millones de visitantes en los cuatro meses que estuvo montada y muchos más en la gira de once ciudades por Alemania y Austria), apenas unos cuantos vieron la de arte oficial y hasta el mismo Hitler quedó insatisfecho, pues entendió que la propuesta carecía de vitalidad y el trabajo de los artistas seleccionados era desangelado y rutinario. Desde su nacimiento, el estilo “greconórdico” estaba condenado al olvido.
Un espectáculo monstruoso
En la exposición Arte degenerado: el ataque al arte moderno en Alemania en 1937, de la Neue Galerie de Nueva York, se muestra cómo los nazis trataron de crear con la exposición Arte degenerado una atmósfera circense en torno al modernismo, como si se tratara de un espectáculo de fenómenos o de curiosidades grotescas; querían poner en evidencia la decadencia y corrupción del espíritu de los artistas modernos y judaizantes (aunque sólo seis de los 112 artistas “degenerados” del show eran judíos), y que los visitantes se burlaran pero también se indignaran y eventualmente se volvieran una turba furiosa. El expresionista Emil Nolde había sido uno de los pintores favoritos de Goebbels quien, quizás para expiar su culpa, incluyó treinta y seis de sus cuadros en eseshow, más que de ningún otro artista. Al término de la guerra, Nolde trató inútilmente de reivindicarse como víctima de los nazis pero murió en el olvido.
![]() Paul Joseph Goebbels |
Lo olvidable y lo inolvidable
La Neue Galerie presenta un contrapunto entre la exposición de arte hitleriano y la de arte degenerado que alcanza el clímax en el antagonismo entre dos piezas fundamentales: por una parte, el tríptico Partida (1932-35), una obra inquietante y pesadillesca que tiene imágenes de tortura, sadismo y agonía enmarcando lo que parece ser el extraño viaje de un soberano de fantasía en una lancha de pesca; por el otro lado está Los cuatro elementos, de quien fuera el pintor favorito de Hitler, Adolf Ziegler (1937), un estudio de cuatro mujeres arias pudorosamente desnudas, hecho con elegancia y pasmosa frialdad, que terminó en casa del Führer.
La obra de Beckmann refleja todo lo que hay de vital en el arte moderno: una mística simbolista que vincula la experiencia estética con las ideas, la experimentación con formas novedosas y la ruptura con tradiciones del pasado. Mientras la de Ziegler era un regodeo conformista con una cansada estética dieciochesca. Ziegler ocupó numerosos puestos importantes en el Reich y encabezó el grupo de cinco expertos que recorrieron los principales museos y colecciones públicas para requisar las obras degeneradas, con algunas de las cuales fue curada la exposición de Munich. A esta purga hay que sumar todas las colecciones privadas y los museos extranjeros que fueron saqueados por los nazis. Durante la segunda guerra mundial, Ziegler tuvo la osadía de cuestionar la beligerancia nazi, fue arrestado por la Gestapo y enviado a Dachau por seis semanas, hasta que el propio Hitler ordenó que lo liberaran. Su carrera no pudo sobrevivir a sus vínculos nazis y murió en el olvido.
Miedo al arte
En una sala de la Neue Galerie se muestran autorretratos de pintores “degenerados”, como el célebre Autorretrato como artista degenerado, de Oskar Kokoschka. Al lado de esos cuadros se exhiben marcos vacíos o huellas de cuadros ausentes en silencioso homenaje a las obras destruidas y desaparecidas. También se exhibe el libro con el registro de las obras confiscadas y su destino; es el patético testamento de un régimen burocrático y minucioso que hacía de sus actos criminales materia de contabilidad. La relación de los nazis con el arte moderno era esquizofrénica: querían eliminarlo, pero organizaron muestras para las masas; aseguraban que era basura, pero lo robaban compulsivamente. Era tal su confusión que incluyeron a artistas en la muestra oficial y en la degenerada. Más que con envidia intelectual, veían al arte moderno como una amenaza existencial. No estaban equivocados. Hoy el nazismo es sinónimo de podredumbre moral y el arte moderno, lejos de pasar al olvido, sigue enfureciendo y fascinando con su ironía y provocaciones.