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El Renacimiento y el poder de la ignorancia

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El Renacimiento representó un peligroso alejamiento de un mundo teocéntrico hacia un blasfemo mundo homocéntrico. A partir de entonces la cultura comenzó a deslizarse hacia un nihilismo destructivo, un cinismo materialista y un ateísmo siniestro. Hoy la cultura occidental está obsesionada con la autogratificación, el hedonismo, el consumo y la ilusión enfebrecida y falsamente redentora de la libertad. El humanismo sin la guía e intimidación que provee la religión se convierte en un culto diabólico de la muerte y la destrucción. 
Esta visión apocalíptica de la cultura tiene la peculiaridad de que es compartida por fanáticos religiosos de diversas denominaciones, tanto los fundamentalistas musulmanes como los cristianos que desearían dar marcha atrás a los logros, descubrimientos y creaciones en las artes, las ciencias, la educación, la literatura y prácticamente en todo ámbito humano. De acuerdo con estos retrovisionarios, de no ser por el Renacimiento hoy viviríamos en un beatífico idilio religioso de paz y felicidad. La vital infección de curiosidad, libertad de pensamiento y transgresión que surge en el siglo xiv en lo que hoy es Italia, y que se extendió por toda Europa en el siglo xvi, sembrando el escepticismo en las rancias ideologías medievales y la desconfianza en las autoridades que se decían de linaje divino, equivale para ellos a una influencia satánica.

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Antes de que el Renacimiento llegara a Portugal, el rey Manuel I decidió enviar en 1497 a Vasco da Gama en una misión de gran importancia: derrotar al Islam y reconquistar la Tierra Santa para establecerse como el rey de Jerusalén. La idea era un ambicioso disparate, pero Da Gama creía que podría contar con aliados poderosos: los cristianos perdidos en la India de los que hablaba el apóstol Santo Tomás, de acuerdo con el historiador Nigel Cliff en su nuevo libro Holy War. How Vasco da Gama’s Epic Voyages Turned the Tide in a Centuries-Old Clash of Civilizations. Da Gama y sus marinos se aprovecharon de las obsesiones religiosas del rey, pero en realidad soñaban con riquezas insospechadas y placeres terrenales a los que únicamente podrían acceder si podían reclutar a los míticos indios cristianos para destruir el control musulmán de las rutas comerciales en el océano Índico.
Aquellos exploradores desconocían la existencia de otras religiones, como el hinduismo, por lo que al escuchar Krishna no les quedaba duda de que se referían a Cristo. Esta ignorancia es muy relevante cuando se habla de choque de civilizaciones, ya que pone en evidencia que lo que estaba en juego desde entonces no era una lucha por ideas religiosas ni cosmogonías. Cristianos y musulmanes despreciaban y desconocían mutuamente sus ideologías. La lucha, entonces como ahora, era por bienes materiales, por especias, oro y rutas comerciales en el siglo xv, por petróleo, gas e intereses geoestratégicos en el xxi.
Trescientos sesenta y cinco años después de la aventura de Da Gama, otro magnate fanático religioso, el zar Nicolás I, también tuvo la idea desquiciada de lanzar una guerra religiosa en contra del Islam. Una serie de disputas religiosas en torno a Jerusalén y Belén llevaron al zar a declararle la guerra al Imperio Otomano, que entonces controlaba el Medio Oriente. Nicolás se imaginaba también a sí mismo como el liberador de Tierra Santa, una peligrosa ilusión que no le permitió ver que las fuerzas del Imperio Ruso eran muy inferiores a las de los otomanos y sus aliados franceses y británicos. Esta cruzada, que hoy conocemos como la guerra de Crimea de 1853, fue una terrible masacre en la que murieron más de un millón de seres humanos, además de que fue el antecedente de la Primera Guerra Mundial y vino a abrir el mundo islámico a las potencias europeas, las cuales más tarde se lo dividieron como botín, dibujaron fronteras coloniales, impusieron autoridades, idiomas y saquearon sus riquezas. Los conquistadores ignoraron deliberadamente la voluntad o etnicidad de los pueblos que vivían en la región, con lo que se sembró el profundo resentimiento de los árabes en contra de Occidente.
El problema para los fundamentalistas es el conocimiento, el conocimiento prohibido para ser exactos, no la intolerancia ni la ambición desmedida. Para ellos, los problemas del mundo siempre pueden resolverse prohibiendo, censurando y castigando, rara vez creando, escuchando o debatiendo ideas. Los fundamentalistas de todas denominaciones creen fervientemente en el choque de las civilizaciones que pregonaba Samuel Huntington. Ese conflicto es visto como el esperado Armagedón que validaría sus chifladuras. Sin embargo, ese cuento sólo se sostiene en la ignorancia, al despreciar la historia y los hechos. La guerra contra el terror de George Bush y Obama es el más reciente episodio de esta historia criminal de guerras santas y de la campaña fundamentalista en contra del Renacimiento.

LA GUERRA DE LOS DRONES

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El fin de las guerras

Es prácticamente imposible imaginar una guerra más cómoda, eficiente e inmediata que la guerra de los drones, naves voladoras a control remoto, equipadas con cámaras y misiles usadas por Estados Unidos (y otros países) para espiar y cazar al enemigo en cualquier rincón del planeta. El drone y el programa de targeted billings, o asesinatos selectivos, son herederos de la “bomba inteligente” que aparece durante la primera Guerra del Golfo como un cíclope infernal que filma su propia destrucción, desde que es disparado hasta que se impacta contra su blanco guiado por satélite o por láser. El drone puede vigilar desde los cielos a sus blancos potenciales, grabar incontables horas de video que son analizadas para determinar la posibilidades de eliminar un objetivo desde la comodidad de un cuartel situado en cualquier rincón del orbe. Un drone puede mantenerse circunvolando un edificio, una carretera o cualquier terreno durante horas o días, hasta recolectar suficiente información para determinar la viabilidad y las posibles consecuencias de un ataque. Ésta es una opción de bajísimo costo para evitar guerras, invasiones y expediciones punitivas, así como reducir a un mínimo el “daño colateral” de la guerra. En vez de enviar carne de cañón a ser masacrada en las trincheras, un conflicto puede reducirse a una serie de golpes precisos a blancos específicos.

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Legitimidad

Obviamente, la visión del drone como solución instantánea a los conflictos internacionales es una fantasía. Como toda arma, el drone, para ser eficiente, depende de información precisa y de un uso cuidadoso, así como de un firme propósito de minimizar la destrucción al disparar explosivos de altísimo poder en contra de autos y estructuras civiles. No obstante, se trata de un recurso que carece de un marco legal que pueda volver legítimos los asesinatos sumarios. Si es posible matar a quien sea, en donde quiera que se encuentre simplemente como un recurso preventivo para eliminar un presunto riesgo, entonces pronto no habrá santuario en la Tierra que esté a salvo de los ojos electrónicos de los drones. Por el momento, el programa de drones opera en la oscuridad sin necesidad de explicar su toma de decisiones ni rendir cuentas por el daño colateral. La ley internacional tendrá que doblegarse para permitir esta cacería de humanos conducida por potencias extranjeras desde las alturas. La representante del Senado estadounidense, Dianne Feinstein, se ha manifestado por crear reglamentos para el uso de drones inspirado en el que se usa para monitorear teléfonos o telecomunicaciones, lo cual requiere la orden de un juez. Sin embargo, aquí la parte controvertida no es tanto el espionaje sino el asesinato, y eso es mucho más delicado, como lo dice Kenneth Roth en “What Rules Should Govern us Drone Attacks”, pues si bien una corte puede aprobar una lista de posibles “asesinatos preventivos”, no puede intervenir para regular cómo se lleven a cabo, ni en evaluar los riesgos implícitos a terceros.

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Pretextos

El Departamento de Justicia del gobierno de Obama decidió definir el programa de drones de la manera más ambigua posible en su White Paper. Entre las razones que usaron para justificar el recurso de un arma con alcance mundial Roth propone: 1. Estados Unidos está peleando una guerra planetaria y las viejas nociones de frentes de combate han quedado obsoletas. 2. Puede argumentarse que este tipo de ataques ayudan a las autoridades locales a eliminar a sus sediciosos. 3. Un asesinato con drone de un enemigo del Estado podría considerarse equivalente a una acción policíaca en la que el sospechoso es eliminado simplemente por tener antecedentes criminales o por tener ideas o convicciones que podrán manifestarse en acciones delictivas en el futuro.

Precognición

Ninguna de estas razones es convincente. Imaginemos que la policía irrumpe en las casas de ex convictos y sospechosos para ejecutarlos in situ por crímenes aún no cometidos, como si se tratara de la aplicación a la política internacional de la ficción delReporte minoritario, de Philip k. Dick, donde los precogs anticipan los crímenes. Este tipo de ataques considera igualmente sacrificables a los “líderes operativos”, militantes o terroristas que han participado en acciones sangrientas, como a los choferes, los mensajeros, los hijos y las esposas o cualquier otra persona que esté en el radio de la explosión.

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Lo que se sabe

El pasado 15 de abril de 2013 estallaron dos bombas cerca de la línea final del maratón de Boston con un intervalo de 12 segundos, provocando la muerte de tres personas y casi trescientos heridos. Con velocidad asombrosa la policía, el FBI y las agencias de inteligencia identificaron a los sospechosos en los videos de las cámaras de vigilancia callejera. Los pudieron rastrear después de que éstos asesinaron a un policía para quitarle su arma y secuestraron brevemente a una persona con su auto para obligarlo a sacar dinero de cajeros automáticos. Tuvieron una confrontación a tiros con la policía donde uno de ellos murió y el otro huyó y se escondió durante 19 horas, hasta que fue localizado y arrestado, en estado grave, oculto en un yate en tierra firme. Los presuntos responsables fueron los hermanos Tamerlán y Dzhokhar Tsarnaev, inmigrantes de origen checheno de veintiséis y diecinueve años, respectivamente, que llegaron a Estados Unidos hace más de una década, que no estaban asociados con ningún grupo fundamentalista ni militante y llevaban vidas comunes y corrientes en la región de Boston. Tamerlán, aparentemente, nunca logró adaptarse a la vida en Estados Unidos, abandonó los estudios, fue un exitoso boxeador amateur pero no logró clasificarse para el equipo olímpico. Aunque la familia no era muy religiosa, el hermano mayor adoptó una versión fundamentalista del islam. La familia Tsarnaev, como tantas otras de esa atribulada región del Cáucaso, fue desterrada por Stalin, de manera que los hermanos nacieron en el exilio y más tarde encontraron asilo en Estados Unidos. Nunca vivieron en Chechenia ni padecieron en carne propia el sufrimiento de las guerras de agresión rusas.

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Lo que no se sabe y lo que se cree

No se sabe cómo consiguieron los recursos para fabricar varias bombas, pero Dzhokhar en el hospital declaró que él y su hermano actuaron solos, sin ayuda de nadie más. No se sabe cuál fue su motivación. No se sabe cuál fue su objetivo y si realmente tenían pensados otros atentados. No se sabe cómo influenció su ascendencia chechena en sus acciones.

La versión oficial presume que Tamerlán viajó a Rusia en 2012, donde probablemente recibió entrenamiento y se radicalizó. Se cree que Tamerlán convenció a su hermano de participar en el atentado, quizás en represalia por las acciones estadounidenses en Irak y Afganistán, y por la percepción de que Estados Unidos ha lanzado una cruzada en contra el mundo islámico, en gran medida mediante el uso de drones a control remoto, usados incluso para cazar ciudadanos estadounidenses como el clérigo Anwar al Awlaki, asesinado con su hijo en Yemen. Con el asesinato de Ben Laden y de otros líderes de Al Qaeda, se anunciaba hace poco el inminente fin de esa organización. Este atentado, así como el presunto intento frustrado de volar trenes en Canadá, sólo ponen en evidencia que la campaña bélica en Afganistán, la destrucción dejada por la guerra en Irak y otras partes del mundo, y los asesinatos mediante drones, no han eliminado a los grupos extremistas que desean atacar las capitales de Occidente y, en especial, a Estados Unidos, sino que, por el contrario, podríamos anticipar que han generado aún más odio, deseos de venganza y terroristas potenciales.

Lo que se siente

Las instrucciones para las bombas hechas con ollas de presión son fáciles de obtener en Internet; en particular, la revista Inspire (en la que colaboraba Al Awlaki y que es el portavoz de Al Qaeda en Yemen) las publicó en inglés en 2010. Esta revista sigue apareciendo y promoviendo la noción de que la violencia contra Estados Unidos es una forma de defensa legítima. Es imposible saber si un atentado como el de Boston hubiera tenido lugar en una atmósfera distinta a la que prevalece en la era de los drones, pero una campaña de asesinatos a control remoto desde las alturas presentada como una limpieza de indeseables y a bajo costo es una poderosa motivación para la venganza. La noción de que es legítimo aplastar al enemigo en su casa, sin necesidad de confrontarlo o de recurrir a la ley, pudo inspirar a estos jóvenes a cometer un acto criminal que en su imaginación es moralmente equivalente a disparar un misil en contra de un sospechoso sin preocuparse del “daño colateral”. Ya lo dijo el mismo Obama poco después del atentado: “Siempre que se usan bombas contra civiles inocentes se trata de un acto de terrorismo”.

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Compasión selectiva

En su conferencia de prensa del pasado 30 de abril Obama declaró respecto de los prisioneros en huelga de hambre en Guantánamo: “No quiero ver morir a estos individuos”, por lo que envió de inmediato refuerzos para continuar con la estrategia de alimentación forzada. Paradójicamente, el presidente que no quiere ver morir a los presuntos terroristas que viven un encierro sin posibilidad de justicia tiene una lista de presuntos terroristas a los que sí quiere ver morir en ataques a control remoto.

Pacto de sangre

El domingo 7 de abril de 2013 The New York Times publicó en primera plana un reportaje de Mark Mazzetti, que coincidía con el lanzamiento de su libro The Way of the Knife,acerca de la manera en que la CIA se ha ido transformando, de ser una agencia de espionaje, en una organización paramilitar. Mazzetti describe el primer asesinato selectivo con drone llevado a cabo en la región tribal paquistaní de Waziristán el 18 de junio de 2004. El blanco fue Nek Muhammad, un líder tribal pashtún aliado al talibán que había confrontado y derrotado de manera humillante al ejército paquistaní. El régimen de Islamabad hizo un pacto con la CIA: la agencia asesinaría a Mohammed, los paquistaníes se adjudicarían el golpe y a cambio la CIA podría operar en esa región con libertad para cazar a sus sospechosos. Muhammad había ayudado a miembros de Al Qaeda que escapaban de Afganistán, pero no era en realidad enemigo de Estados Unidos; no obstante, murió con cinco personas más, incluyendo un niño de diez años y otro de dieciséis, por el impacto de un misil que dejó un cráter de dos metros de diámetro.

En vez de torturarlos…

Mazzetti señala que Paquistán no fue el primer país donde fueron usados los drones para asesinar “terroristas” (debutaron en Yemen en 2002), pero sí se convirtió en el laboratorio donde se experimentó con esta nueva forma de matar que vino a “borrar la línea entre soldados y espías e hizo corto circuito en el mecanismo con el cual Estados Unidos como nación va a la guerra”. La CIA ha estado en el negocio del asesinato político desde su fundación; sin embargo, la agencia cambió dramáticamente al enfocarse en matar sospechosos con drones. En parte la decisión de asesinar a líderes y militantes de Al Qaeda fue una reacción a la catástrofe de relaciones públicas que provocó la revelación en 2004 de los programas de tortura llevados a cabo en “prisiones negras” de la CIA o que eran encargados a los torturadores de otros países. Aunque no cesó la tortura de sospechosos, la CIA comenzó a buscar otras opciones, pues parecía inminente que las revelaciones de atroces violaciones de derechos humanos eventualmente llevarían a los responsables a la cárcel. Además, el gobierno estadounidense no tenía (ni tiene) idea de qué hacer con estos cautivos una vez torturados. Nada parecía mejor opción que simplemente eliminarlos con misiles disparados desde bases militares remotas.

Intervencionismo condicionado

Para Paquistán, aceptar que los estadounidenses bombardearan su territorio fue una vergonzosa renuncia a su soberanía. Sin embargo, supusieron que los misiles a control remoto podrían resolver su problema doméstico con las tribus más desafiantes del gobierno central. Así, el régimen aceptó con la condición de ser informado de cualquier acción (lo cual no se cumplió), que los drones fueran operados de manera secreta por la CIA para que Estados Unidos no tuviera que reconocer su existencia (lo cual cambiaría pronto), y que además deberían mantenerse alejados de “las instalaciones nucleares y de los campos de entrenamiento de los militantes kashmires que preparan ataques contra India”.

Para una guerra sin soldados.

Patética eficiencia

La justificación para el uso de drones es la eliminación “quirúrgica” de líderes enemigos, de “blancos de alto valor” o BAV. La realidad es que desde que se echó a andar este programa se ha asesinado a alrededor de 4 mil 700 personas, y se afirma que trece de ellas eran BAV (un estudio de la Universidad de Nueva York afirma que la eficiencia es del dos por ciento). Es pasmosa la ineficiencia de semejante programa, que también ha costado la vida de cuatro estadounidenses considerados combatientes enemigos, y más si se considera que cada ataque cuesta alrededor de un millón de dólares. De acuerdo con la New America Foundation, entre 18 y 23 por ciento de las víctimas de los ataques en Paquistán no eran militantes, y los que sí lo eran no aparecían en la lista de los terroristas que Obama quiere asesinar. ®

La ceremonia del porno, de Andrés Barba y Javier Montes

Desenterré esta vieja crítica al ensayo ganador del premio Anagrama de 2007

Publicado originalmente en la revista Letras Libres de Enero de 2008

Desde la primera página de La ceremonia del porno, Andrés Barba y Javier Montes ponen en claro que no tienen paciencia alguna para la jovialidad (el humor nervioso, la gracejada y el chiste guarro mediante el que algunos autores intentan aligerar un poco el impacto de las imágenes pornográficas) y que de hecho prefieren “la franqueza de posturas abiertamente hostiles”. Y al llegar el final del libro afirman: “… ya se ha visto que los defensores del porno resultan a menudo mucho más peligrosos que sus detractores a la hora de acercarse a una buena comprensión de la naturaleza de lo pornográfico…”. No puede más que parecer sorpresivo que, para estos autores, la verdadera amenaza cultural no son los censores que abogan por suprimir obras, encarcelar “pervertidos”, prohibir la difusión de materiales, imponer mutilaciones a libros, películas y toda clase de obras de arte, no por motivos estéticos ni de comprensión, sino por dogmas, atavismos y ataduras morales…

Barba y Montes abordan este controvertido tema con un tono que de entrada parece apropiadamente provocador, al intentar poner en evidencia “la falsa invulnerabilidad” del estudioso de la pornografía. Los autores piensan que “es imposible no sentirse perturbado en lo más hondo de uno mismo al ver porno”. Eso hace del género una especie de criptonita académica, una fuerza capaz de desarticular cualquier discurso intelectual por la fuerza del deseo. Esta conjetura es el equivalente moderno al mito del espectador de porno como bestia sexual.

Barba y Montes aseguran que no tratan de analizar los códigos visuales de la imagen pornográfica, ni de deconstruir sustextos, repasar su historia o estudiar su incidencia social. Lo que realmente quieren es ridiculizar los estudios sobre lo porno, por lo que revelan las supuestas “triquiñuelas” de “casi cualquier libro o ensayo acerca del tema”, los cuales, según ellos, inevitablemente pasan por definir el concepto de lo porno y luego se cubren las espaldas al introducir a un imaginario “coro de puritanos y furibundos que servirán de interlocutores”. Pocas líneas después, ellos mismos se lanzan a definir el concepto de lo porno y, en el capítulo “Pornografía y narración”, arrancan cubriéndose, a su vez, las espaldas al exponer supuestas quejas recurrentes de su propio coro de pornófobos.

De Linda Williams, autora de una de las obras seminales (en más de un sentido) del género, Hard Core, Barba y Montes escriben: “… por lúcida y rigurosa que sea su aproximación a lo porno, por higiénica desde un punto de vista intelectual frente a las antiguas contraposiciones pornófilas / pornófobas, no acaba de resultar satisfactoria”. La insatisfacción se debe aparentemente a que los autores perciben “algo forzado en esa franqueza” de Williams. También apuntan que D.H. Lawrence es un “mentecato”, y prometen volver sobre su opúsculoPornografía y obscenidad para explicarse, pero esto no sucede. Y señalan que Walter Kendrick no desarrolló cabalmente una definición de lo porno en relación con el “secreto” en su libro El museo secreto (lo cual es una acusación descabellada, ya que su objetivo era desempantanar la discusión acerca de lo que se entendía como pornográfico en 1967); que Umberto Eco “… no deja tampoco por ello de equivocarse en lo fundamental”; que Baudrillard “acierta en lo circunstancial pero se equivoca en lo esencial”; que Bruckner y Finkielkraut “resumen una opinión muy errónea y muy ampliamente difundida con respecto al cuerpo pornográfico”; que Sontag cae en la misma sinuosidad mental respecto a lo porno de la que más adelante se burla, y que el fotógrafo Eadweard Muybridge “está muy lejos de percibir las consecuencias de su hallazgo”. Estos peregrinos comentarios se van revelando como una auténtica compulsión, una urgencia por abrirse paso a codazos mediante la descalificación y la descontextualización.

Ahora bien, las críticas que hacen a sus fuentes podrían parecer arrogantes y joviales, pero en realidad preocupan, en tanto que pueden verse como fruto de una negligencia desdeñosa y carente de rigor, la cual se manifiesta en una bibliografía incompleta e informal que omite las obras por ellos mencionadas de Jass, Leiris, Allais, Austin, Crisipo o Schelling. Y al hablar de falta de rigor tenemos que señalar lo irritante que resultan las repeticiones, algunas de las cuales es de suponer que responden a motivos retóricos, pero otras simplemente se deben al descuido, como aquella afirmación, por demás incongruente, de que “el cuerpo es el agujero negro” (pp. 127 y 132). Los agujeros negros devoran la materia e incluso la luz y no “proporcionan información alguna sobre lo no visible que queda más allá del cuerpo”. Las repeticiones quizás se pueden atribuir también al hecho de que dos mentes trabajen el mismo libro, y tal vez ésa sea la causa de que se incurra en ciertas contradicciones que podrían parecer graves, como por ejemplo que los autores afirmen que “ver porno es fácil” (p. 17), mientras que en la página diecinueve señalan que “el porno es enormemente exigente con su usuario. Quizás el más exigente de los géneros que le tientan y a los que pueda aproximarse”. ¿O será que, en vez de contradicciones, lo que tenemos son ejercicios dialécticos, y estamos ante un debate y no un ensayo?

La actitud francotiradora de los autores puede parecer ingeniosa, iconoclasta y por momentos divertida, pero finalmente La ceremonia del porno desilusiona: aunque da atisbos de verdadera originalidad, derrocha pretensiones.

Tragedias y tierras prometidas

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Ocupación e intimidación 

Una de las aportaciones más relevantes para entender la historia del conflicto árabe –israelí es el libro recientemente publicado, Mi tierra prometida, del periodista del diario Haaretz, Ari Shavit. Una interesante, poderosa y honesta reflexión sin complacencia sobre “El triunfo y la tragedia de Israel”, capaz de provocar reacciones encontradas en cualquiera, independientemente de su posición al respecto del estado de Israel. La minuciosa reflexión de Shavit comienza con el viaje de su bisabuelo, Herbert Bentwich, a Palestina en 1897 en una misión para el fundador del sionismo, Theodor Herzl, quien evaluaba las posibilidades de crear un estado judío y la necesidad de colonizar a los locales. Era un tiempo de creciente antisemitismo, especialmente en el este europeo, en que se veía con urgencia establecer una patria para los judíos, y eso que ni siquiera era posible imaginar entonces los horrores que vendrían con el nazismo.

Mitos nacionales

Shavit habla de su propio miedo a que Israel fuera destruido en la guerra de los Seis días en junio de 1967, en la del Yom Kippur en octubre de 1973, durante los torpes ataques iraquíes con misiles SCUD en enero 1991 y en los ataques terroristas de marzo de 2002. A pesar de haber salido triunfantes de esas confrontaciones, el autor describe la sensación de vulnerabilidad que se vivía en Israel. Estas amenazas venían a fortalecer mitos nacionales y a crear consenso en torno a la supervivencia de la nación. Sin embargo, la esquizofrenia entre democracia y ocupación poco a poco han logrado mermar esos mitos. Y aunque Israel es poderoso, próspero, “vital, creativo y sensual“, Shavit reconoce que la fe en el futuro que ha caracterizado al espíritu de su país, desde sus triunfos en contra de los ejércitos árabes, parece disiparse. De tal manera la reciente campaña histérica de Benjamin Netanyahu en contra de las presuntas e inexistentes armas nucleares iraníes puede reconocerse como una nueva estrategia propagandista para revivir temores comunes y crear un nuevo sentido de unión nacional en un país profundamente dividido y polarizado. Shavit escribe: “ocupación e intimidación se han convertido en los dos pilares de nuestra condición” (pág. 16). Y reconocer esa dualidad es fundamental para poder establecer cualquier tipo de diálogo. Sólo ver la ocupación y la humillación diaria de los palestinos ofrece una visión tan incompleta como sólo ver la intimidación y el terrorismo.

Un lugar que se llamó LyddaPalestinian_refugees galilee 1948

La revista New Yorker (21 de octubre de 2013) publicó un texto resumido del capítulo más estremecedor del libro de Shavit: “Lydda,1948”, en el cual sintetiza la historia de su patria en la conquista y evacuación de la población árabe de la ciudad del título. Tras varias confrontaciones armadas, el incipiente ejército israelí derrotó a un puñado de árabes, inicialmente murieron “docenas de árabes, incluyendo mujeres, niños y ancianos”, mientras que “El 89 batallón perdió nueve hombres”, apunta Shavit y continua, “Al día siguiente 250 palestinos fueron asesinados en 30 minutos”. Tras la orden de Ben-Gurion de “Depórtenlos” y las instrucciones escritas por Yitzhak Rabin: “Los habitantes de Lydda deberán ser expulsados rápidamente, sin importar su edad”, el 13 de julio de 1948, 35 mil palestinos debieron dejar sus hogares con lo que pudieron cargar. Para Shavit, Lydda es la “caja negra del sionismo”, la puesta en evidencia de que para que existiera esa filosofía tenían que desaparecer las Lyddas de Palestina así como la esperanza de convivencia con los árabes nativos.

A pesar de todo

La narrativa de Shavit es devastadora en el sentido de que son los débiles quienes pagarán con su tierra y su vida los giros de la historia. Se muestra aquí que la Nakba, la tragedia palestina, continua y de la misma manera en que lo ha hecho otro gran autor israelí, David Grossman, pone en evidencia la corrupción y ruina espiritual que implica la ocupación de un pueblo. Mientras Grossman muestra el deterioro cotidiano y la asimilación de la humillación como experiencia diaria, Shavit convierte los episodios históricos en reflexiones filosóficas sobre la naturaleza de su pueblo así como su reflejo en la condición de los palestinos. Shavit se pregunta: ¿Me lavo las manos del sionismo?¿Le doy la espalda al movimiento nacionalista que llevó a cabo la destrucción de Lydda? Y se responde: “No… Yo apoyo a los condenados. Porque de no ser por ellos el estado de Israel no hubiera nacido… la elección es cruel: rechazar al sionismo a causa de Lydda o aceptarlo con todo y Lydda”.